jueves, 20 de noviembre de 2008

El cuento del porquerizo.

Un príncipe deseado por cualquier princesa, rechazado por la única que quería.
Os contaré toda mi historia.
Por aquella época, mi reino era muy pequeño, aunque lo suficiente para dejarme casar.
Fue una gran osadía por mi parte ir derecho a pedirle la mano a la hija del Emperador.
Aquella tarde le mandé una caja con dos regalos: una rosa con una fragancia que hacía olvidar las penas; y un ruiseñor con un canto muy bello.
Cuando estos regalos llegaron a manos de la princesa, esta no muy contenta los rechazó y se negó a recibirme.
Yo, no me dí por vencido y embadurnándome la cara de negro y con una gorra que me tapaba la mirada, fui directo al palacio.
Me recibió el Emperador y le pregunté si tenía trabajo para darme. Este me nombró guarda cerdos, aunque mas conocido como porquerizo.
Pasé el día trabajando y al anochecer había elaborado un pucherito rodeado de cascabeles, de modo que cuando empezaba a cocer, las campanillas se agitaban y tocaban aquella vieja melodía: ¨ ¡Ay, querido Agustín, todo llegó a su fin!¨
La princesa, que iba de paseo con sus damas, se detuvo al oír la melodía de mi puchero.
Pronto la princesa mandó a una de sus damas que viniera a preguntarme cuánto valía mi instrumento.
En cuanto me hizo la pregunta yo, con una sonrisa, le dije que quería diez besos de la princesa a cambio.
Después de repetirle a la dama que no cambiaría mi oferta, esta fue a decírselo a la princesa.
La princesa al principio se negaba, pero la melodía, que no paraba de sonar, le hizo cambiar de opinión y tapados por las damas, la princesa me besó diez veces.
El siguiente instrumento que fabriqué, fue una carraca que cuando giraba tocaba todos los vals y danzas del mundo.
Esta vez pasó lo mismo, la princesa pasó con sus damas, escuchó la melodía y después de una breve disputa entre una de las damas y yo, acabó aceptando mi oferta, aunque esta vez yo pedía cien besos.
El emperador desde el balcón contempló todo aquel alboroto y bajó a ver que sucedía.
Las damas, entretenidas en no perder la cuenta de los besos, no escucharon que se acercaba el Emperador. Este en cuanto vió a la princesa besándome, todo indignado, paró todo aquel alboroto y mandó que todos abandonamos el reino.
La princesa entre lloros se lamentaba de no haber aceptado la petición de aquel príncipe tan bello, que no sabía que era yo.
Después de oír esto me metí detrás de un árbol, me limpié la cara, quité la ropa sucia y salí tan espléndido y hermoso, que la princesa al verme se inclinó ante mí.
Le dije, en pocas palabras, que había venido a mostrarle mi desprecio.Le expliqué que no había sido capaz de aceptar el ruiseñor y la rosa y en cambio, había besado al porquerizo por una bagatela.
Al terminar tan razonables palabras, volví a mi reino.
Ella, se tuvo que poner a cantar en la calle aquella canción que decir: ¨ ¡Ay, querido Agustín, todo tiene su fin!¨.

1 comentario:

mago merlín dijo...

Muy bien, Colibrí. Bien escrito y manteniendo el espíritu del original. Quizá demasiado, la única pega es que es demasiado fiel al original. No sabemos mucho más del porquerizo a pesar de que es él quien cuenta el relato.
Bienvenida, te echaba de menos en este mundo virtual.